sábado, 19 de febrero de 2022

LA BATALLA URBANA

Por Roberto Marra
 
El hábitat humano se podría decir que abarca todo el Planeta. Con el transcurrir del tiempo y los consecuentes avances científicos y tecnológicos, las posibilidades de establecer lugares para el desarrollo de la vida humana casi que no tienen límites posibles, aunque las probabilidades sean escasas en algunos casos. Las consecuencias que ello ha ido trayendo sobre la naturaleza, no han sido precisamente beneficiosas para su equilibrio. Más bien lo contrario, las actividades humanas han afectado la biosfera de tal manera, que han modificado las imprescindibles relaciones equitativas entre el desarrollo humano y el ambiente donde se lo pretenda hacer.
 
Las relaciones desiguales entre sectores económicos, las producciones desaforadas en busca de rentabilidades exorbitantes para unos pocos y su espejo distorsionado de pobreza y miseria para la mayoría de la población, han sido la base para el exponencial perjuicio que el ambiente ha ido acumulando. La dominación de esos pocos privilegiados, cuya base territorial, inicialmente se ubicaba en Europa y luego en Estados Unidos, ha terminado abarcando todo el Planeta, ámbito totalizador donde se expresa el auténtico Poder Real de las corporaciones económico-financieras que determinan el destino de todos los habitantes del Mundo.
 
Por efecto de esos tipos de desarrollos impuestos por las ambiciones de esos pocos actores, la vida humana ha ido trasladando su hábitat absolutamente mayoritario a las ciudades. El hábitat rural se ha ido quedando deshabitado, por efecto de los procedimientos productivos que la ciencia y la tecnología han encontrado para ¿mejorar? la producción allí generada. Masivamente, el éxodo hacia las urbes fue tan rápido como incontrolado, pasando a constituirse en factor preponderante para la manifestación más obscena de la inequidad social que el sistema económico imperante genera.
 
En ese mundo urbano desprolijo e injusto, se imponen “necesidades” creadas para vender lo que se produzca a como dé lugar; los individuos corren desesperadamente para lograr el acceso a esos bienes materiales, la más de las veces inútiles o superfluos, pero representativos de determinados paradigmas sociales, también impuestos como metas que generen pertenencia o nó a un status manifiestamente elitista.
 
Ese es el ámbito donde se amontonan individuos y familias, la mayoría de ellos sobreviviendo en condiciones indignas de llamarse hábitats humanos. La vivienda ha ido pasando de necesidad a utopía, culminando en la generación de esas manifestaciones materiales más crudas de la desigualdad, como son las villas miseria.
 
El avance corporativo sobre los espacios públicos urbanos, es otro de los vicios inocultables del proceder desquiciado de los poderosos, enloquecidos de ambiciones por la posesión de todo lo que resulte potencialmente rentable. Plazas, parques, hospitales, escuelas, universidades, terrenos portuarios o ferroviarios; todo es vendible y comprable, todo es mirado a través del cristal de los billetes verdes que obnubilan también a quienes nada o poco tienen. Siempre será con la complacencia de ciertos sectores políticos que miran para el costado cuando de cuidar el patrimonio público se trata. Y será observado con beneplácito por el grueso de la población, convencida por los medios de comunicación cómplices de esos desmanes des-urbanizantes, del supuesto “beneficio” que tamaños actos impúdicos conllevan. 
 
Hasta se dan el lujo de plantear, con grandilocuencia (y desvergüenza), “planes directores” para nuestras urbes destrozadas por sus interminables codicias. Presentarán enormes libros con bellas imágenes, mostrarán escenificaciones virtuales de un futuro que prometen fabuloso, para terminar elevando la desigualdad urbana hasta el límite de lo soportable por quienes todavía conservamos capacidad de comprensión de la realidad. 
 
Con esas bases incoherentes se han ido construyendo nuestras ciudades, se han materializado las diferencias sociales hasta hacerlas tan duras como el hormigón. Con semejantes criterios economicistas berretas, se han venido desarrollando sus “planes de vivienda”, otro medio para llenar los bolsillos de los mismos grupos empresariales de la construcción de siempre, sin solucionar ni por atisbo la demanda de las familias y las necesidades de los trabajadores. Con tales métodos creados por y para el privilegio, se ha convertido al urbanismo en un superfluo sistema de amontonamiento de diseños urbanos inconexos y, generalmente, destructivos de la historia urbana de cada ciudad. 
 
El hábitat urbano es hoy, más que nunca, un territorio en disputa entre la mayoría de la sociedad y las corporaciones dominantes. Es el ámbito donde se pueden manifestar con mayor visibilización los desmanes provocados por el Poder y la ausencia de Justicia Social. Es donde las luchas entre los negadores de derechos y los privados de ellos se demuestra como el choque incontenible entre el pasado y el futuro. Allí es y será la batalla por el techo digno, por la protección de la salud, por el acceso a la educación, por la defensa de la cultura de un Pueblo que debe tomar en sus manos la construcción de su destino. Y con él, el de las urbes que habitan, para transformarlas en ambientes donde la vida sea mucho más que un falsificador spot de televisión. Y la dignidad urbana, la sencilla materialización de la felicidad popular.

 

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