Los empresarios que construyen grandes edificios en Rosario, están optando por la utilización de la eléctricidad como exclusiva energía. Seguramente tentados por la simplificación para su implementación y/o los problemas derivados del abastecimiento de gas natural, el caso es que han logrado imponer esa condición energética en sus construcciones a las autoridades municipales, que no parecen tener demasiada autoridad.
El “pequeño” detalle que se obvia, para facilitarles aún más las tareas a estos trogloditas de los espacios urbanos, es la escasez de tal tipo de energía en la ciudad, donde los cortes son la manifestación más clara de la falta de capacidad instalada para hacer frente a la demanda que provendrá de semejantes emprendimientos.
Sencillo de percibir (y tan difícil de soportar), el estado de la red de abastecimiento eléctrico en la urbe no presenta la calidad que se necesita para afrontar tanta demanda agregada. Los planes de inversión de la Empresa Provincial de la Energía, sea por la falta de decisión política, por ineficiencia de su conducción, o por influjo de la demanda sanitaria emergente de la pandemia en curso, no parecen haber sido aplicados de acuerdo a lo que requieren los otros planes, los urbanos. Máxime cuando Rosario parece no poder dominar las ímpetus constructivos de los grandes empresarios del sector, gracias a la genuflexión que hacia ellos realizan el Ejecutivo y el Concejo Municipal, siempre más que dispuestos a otorgar “excepciones”, útiles sólo para aquellos, fatales para la población común.
La “modernidad”, entendida como simple utilización de tecnologías novedosas, pero alejadas de las necesidades manifiestas de la mayoría de los ciudadanos, no puede tener un final tan feliz como los edulcorados discursos de los funcionarios. Estos nuevos edificios no contemplan la realidad que los rodean, porque no les interesa a sus constructores. Su única meta es la obtención de las máximas ganancias, a costa de lo que sea. Incluso de prometer lo imposible, como el funcionamiento de la electricidad que no se genera ni se distribuye en la cantidad y calidad que requieren tales edificaciones.
Un viejo dicho viene a cuento: “No hay que poner el carro, delante del caballo”. No debieran construirse semejantes edificios, antes de tener la infraestructura necesaria para lograr un abastecimiento seguro y estable de la energía, pero asegurada para todos los habitantes. A menos que la intención sea la de proveer privilegiadamente a estos “edificios eléctricos”, dejando de lado, por enésima vez, a los sufridos pagadores de suntuosas facturas por lo que no reciben, o reciben muy mal. Y sólo cuando las tormentas no lo impidan.
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